Dos hombres van sentados uno al lado del otro en un avión.

El primero, vuela por primera vez. Se encuentra muy nervioso, su frente le suda, siente que los huevos revueltos con la gaseosa que almorzó comienzan a fermentar en su estómago, y mira incesantemente por la ventanilla para ver si todo está en orden.

El segundo es un viajero frecuente. Un hombre finamente vestido que normalmente viajaría en primera clase, pero debido a un problema de negocios de último minuto debe viajar y sólo consiguió pasaje en clase turista.

El avión inicia el despegue y el viajero frecuente se queda dormido, mientras que el primer hombre comienza a sentir mareos. Su malestar se incrementa a tal punto que le dan ganas de vomitar, pero no puede ir al baño porque aún tiene puesto el cinturón y vomita todo sobre su compañero de viaje que estaba dormido.

Ya repuesto de su malestar y al ver la solidez con la que el avión se desplazaba en el cielo, el primer hombre se queda tranquilo leyendo una revista.

Al cabo de una hora el viajero frecuente comienza a despertar y se va viendo todo cubierto por un abundante vómito amarillo sobre su pecho, brazos y piernas.

Al ver la situación el primer hombre se le acerca y en tono amistoso le pregunta:

¿Amigo, ya se siente usted mejor?